Ahed Tamimi es una adolescente que aún no ha cumplido 17 años y ya se ha convertido en un icono. Ahed nació en Nabi Saleh, un pueblo de la Palestina ocupada por Israel, en una familia significada en la defensa de los derechos palestinos. Tenía solo once años cuando alcanzó notoriedad al enfrentarse a un grupo de soldados palestinos sin otras armas que su puño. Al año siguiente, volvió a enfrentarse, esta vez a mordiscos, cuando los soldados trataban de detener a su hermano. Las dos imágenes han dado la vuelta al mundo.
Desde Israel se acusa a los Tamimi de utilizar a los niños de la familia de escudos para enfrentarse al ejército israelí, grabar los enfrentamientos y distribuir las imágenes con fines propagandísticos pero el hecho es que el padre ha sido detenido y encerrado reiteradamente y la madre fue herida por disparos de un soldado. Tan cierto como que en Palestina los niños aprenden a dar los primeros pasos a la vez que se enfrentan a las fuerzas de ocupación, empecinadas en dificultar los más pequeños detalles de la vida cotidiana. No solo es que se construyan asentamientos israelíes en territorio palestino o que se levanten muros y controles que dificultan o imposibilitan el movimiento de los palestinos dentro de su propio territorio, también se ciegan sus pozos, se cortan las canalizaciones o se talan sus olivos, se les impide el cultivo de sus tierras, en un hostigamiento constante. Como consecuencia, los palestinos de cualquier edad viven en un permanente estado de confrontación con los soldados israelíes que, con frecuencia, se salda trágicamente. Es frecuente que los niños de 14 o 15 años, incluso menores, sean detenidos y encerrados en cárceles por el hecho de haber lanzado piedras a los soldados. No son pocas las familias que lloran a sus niños mártires, caídos por las balas de esos mismos soldados, poco mayores que los adolescentes palestinos y, probablemente, tan asustados como ellos pero imbuidos de la propaganda israelí, que los presenta como salvadores y garantes de la identidad e integridad nacional. La propaganda funciona en las dos direcciones pero las armas son más eficaces en el bando israelí.
El 18 de diciembre de 2017 Ahed volvió a protagonizar un enfrentamiento que fue grabado en vídeo por su madre. Ocurría poco después de que el presidente Trump anunciara su intención de reconocer a Jerusalén como capital de Israel, contra todos los convenios internacionales. La decisión provocó nuevas protestas palestinas (Jerusalén este es teóricamente palestina) que acabaron con un muerto y dos jóvenes heridos, uno de ellos de la familia Tamimi. La joven reprochaba a los soldados haber herido a su primo cuando estaba desarmado. Ahed primero zarandea a un soldado, que trata de zafarse de ella, y luego, le da una bofetada. El segundo de los soldados trata asimismo de desentenderse de la discusión. El vídeo se hizo rápidamente viral en las redes. El incidente se resolvió sin más, en aquel momento.
La bofetada a uno de sus soldados es más de lo que pueden soportar los conservadores israelíes, que lo consideraron una afrenta nacional. Una adolescente había abofeteado al símbolo de la nación judía. Al día siguiente Ahed fue detenida y desde entonces permanece en prisión, a la espera de ser juzgada por un tribunal militar. Difícil será que salga indemne esta vez.
Sea porque Ahed Tamimi tiene la misma edad que mi nieta, sea porque tuve la fortuna de recorrer Israel y Palestina y conocer a gente admirable en ambos países -pues, al margen de consideraciones administrativas, se trata de dos países distintos- la imagen de la joven me resulta inquietante. Como en aquellos niños que fotografié en su día, me parece atisbar en su mirada una mezcla de dureza, reproche y miedo. ¿Hasta cuando? ¿Qué delito hemos cometido?, parecen preguntarnos. Desgraciado sino el suyo, haber nacido en un lugar donde los niños llegan al mundo marcados por la fatalidad.
Gideon Levi, prestigioso periodista israelí, columnista del diario Haretz, escribía el 21 de diciembre un artículo esclarecedor: Tres razones por las que una adolescente palestina está volviendo loco a Israel, donde explica las causas del ensañamiento judicial con Ahed. “La niña de Nabi Saleh destrozó varios mitos de los israelíes. Lo peor de todo es que se atrevió a dañar el mito israelí de la masculinidad. De repente resulta que el soldado heroico, que nos vigila día y noche con osadía y coraje, se enfrenta a una niña con las manos vacías. ¿Qué va a pasar con nuestro machismo, que Tamimi rompió tan fácilmente, y nuestra testosterona? De repente los israelíes vieron al enemigo cruel y peligroso al que se enfrentan: una niña de 16 años con el cabello rizado. Toda la demonización y la deshumanización en los medios aduladores se hicieron añicos al enfrentarse con una chica con un suéter azul”.
Efectivamente, la imagen de la bofetada en la cara de un soldado -más aún que la bofetada en sí misma- es insoportable para una sociedad machista como la israelí, con una clara influencia de los judíos ortodoxos. “Debería terminar su vida en prisión”, ha declarado el ministro de Educación, Naftali Bennett.
Ahed Tamimi, con su melena rizada y rebelde, se ha convertido en una heroína para los palestinos. Un icono. Sus gestos y su discurso elaborado han hecho de ella el símbolo de la mujer libre en una Palestina libre. En youtube es posible encontrar vídeos en los que Ahed explica las razones de sus protestas y el papel reservado a las mujeres en la confrontación palestino israelí. Pero Ahed es una adolescente que, como todas las adolescentes, se debate entre la infancia no del todo desprendida y la madurez aún no alcanzada. Y confiesa que su primer sueño es liberar a Palestina y el segundo, conocer a Neymar. Declara que quiere ser abogada para defender a los palestinos detenidos y perseguidos pero si se consiguiera la liberación de Palestina, querría ser futbolista.
Miras sus fotos, miras las fotos de los niños palestinos que bullen por los campos de refugiados y por las aldeas de los territorios ocupados, sin futuro, sin apoyos internacionales, e intuyes que Ahed no lo va a tener fácil. Ni lo uno ni lo otro.